Categoría: Relatos y microrrelatos

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El guardián verdugo

El guardián verdugo

El guardián verdugo

Primera parte

[…]

Paradójicamente nunca tuve tanta libertad de movimientos y tantas dificultades para ejecutarlos. Un corte certero abrió una gran herida en el abdomen, de inmediato asomaron las vísceras que tuvo que sujetar con las dos manos para que no cayeran al suelo. La sangre caía imparable, al igual que una cascada después del deshielo. Al

minuto el dolor era tan intenso que ya no podía ni tan siquiera notar la brisa fresca del otoño. Mientras mantenía la consciencia, pudo pensar que el guardián verdugo de la guadaña, fue el encargado de realizar ese corte. Pronto pasearían juntos por los tostados campos de trigo, días antes de la cosecha. Todo estaba decidido, “alea jacta est”, ya no queda tiempo para nada más. Un último pensamiento arrepentido, paseaba por su mente; ¿cuántas cosas por aprender?, ¿cuántas cosas por hacer?, ¿cuántas cosas por vivir? El tiempo es oro, quien no entienda eso es que lo está desperdiciando. El guardián verdugo llegará sin avisar, hayas o no concluido tu trabajo.

[…]

Continuará…

01/12/2019 SafeCreative 1912012594134

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…Demasiado tarde.

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Primera parte

[…] La casualidad crea un instante en la eternidad para el reencuentro de dos excompañeros de Universidad que se perdieron la pista diez años atrás, aunque quizás ese reencuentro ya sea…

demasiado tarde.

Después del desafortunado suceso, he encontrado un remanso de paz en mi interior difícil de explicar, no había experimentado nada igual en mi vida. Entré en aquella sala con la seguridad de que no dejaba ningún cabo suelto tras de mí, había sido una buena chica y no tenía cuentas pendientes. La sala era toda blanca, todo lo que allí se hallaba era de color blanco, los sillones, la mesita, las puertas, las paredes e incluso los adornos y los cuadros que las decoraban tenían bellos motivos blancos, todo blanco y claro. Incluso había una Cycas revoluta en una esquina, blanca, por supuesto. En uno de esos sillones estaba él, sentado, esperando pacientemente, lo reconocí en seguida, fuimos juntos a la Oxford, Inglaterra; salvo que yo me quedé colgada con un par de asignaturas el último curso. Él, en cambio, acabó en tiempo y hora y simplemente desapareció. Jamás me atreví a decirle lo que sentía por él, me moría por sus huesos, pero mi educación, un tanto conservadora en exceso, me frenó en seco.

No iba a desaprovechar esta oportunidad, como decía mi padre, «el no ya lo tienes».

—¿Johan? —pregunté poniendo cara de sorprendida.

—Sí, mmm…. ¿Le conozco?

—¿No te acuerdas de mi? —pregunté extrañada, en mi interior estaba convencida que por aquel entonces se había fijado en mí—, soy Linda —noté cierta cara de asombro, pero finalmente me reconoció.

—¡Linda!, por el amor de Dios, ¡claro que sí!, Oxford, 1984 —dio en el clavo—, me ha costado un poco, pero en cuanto dijiste tu nombre, ¡zas!, me ha venido todo a la mente como un relámpago —dijo, con seguridad—, ¡mírate!, si estás igual.

—Gracias, bueno, el tiempo pasa para todos, ya sabes —contesté—, y tú, ¿qué tal?, desapareciste sin más.

—No fue premeditado, me licencié y una multinacional de seguros estadounidense me tentó y acepté —se excusó—, era una oferta irrechazable, pero luego fue…, bueno, nada, déjalo, y tú, ¿qué pasó con tú vida?, ¿qué rumbo tomaste?—cortó de raíz su explicación, lo cual, como mujer que soy, aumentó mi curiosidad.

—En el terreno laboral, estupendamente, me licencié al año siguiente y me quedé por aquí, trabajé para una ONG estupenda, me enamoré de mi trabajo y de la gente con la que trataba, hice todo el bien que mi trabajo me empujaba a hacer y lo di todo por estos chicos —dije mientras mis ojos se humedecían por momentos.

—Vaya, te ganaste el cielo entonces, yo en cambio —nuevamente se mostró opaco, pero parecía que quería soltarlo.

—Dime, ¿qué te pasó en esa empresa?, me dejas intrigada —comenté intentando picarle un poco— llegados a este punto, no puedes dejarme así.

—La verdad es que me arrepiento enormemente de no haber intentado nada contigo, me gustabas mucho ¿sabes?, pero por aquel entonces antepuse mi carrera a cualquier otro aspecto, quería triunfar a toda costa, y eso hice —estaba siendo muy elocuente e incluso el brillo de sus ojos hacía que estos cambiaran de color, parecían inyectados en sangre, empezaba a asustarme un poco.

[…]

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©R. Ibáñez

Redes: @rafaibaez7

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