«Relatos de toda una vida»

Cordón rojo, zapato negro
Este no es otro cuento de Navidad, es la historia de un cordón y un zapato. Es el relato de un cordón que era izquierdo y de un zapato derecho.
El cordón, izquierdo, era rojo, flexible y muy paciente. Solía tener pensamientos enrevesados y dicotómicos. Dos brillantes herretes de plástico blanco, que parecían de porcelana, adornaban la punta de su maleable y retorcida figura.
El zapato, por contra, era de un fúlgido negro azabache. De cuero, rígido, sobrio, circunspecto y de firmes convicciones. Y para más inri era del pie derecho.
Cordón izquierdo y zapato derecho nunca se ponían de acuerdo.
El cordón, henchido de flexible amabilidad, se regalaba dadivoso y sencillo para acompañar a ese cortante zapato derecho, en todos sus paseos cosmopolitas por la gran ciudad. Se ofrecía constantemente a ser soporte y sustento en su firme caminar.
El zapato, en cambio, se negaba rotundamente a ser porteador de un cordón que pertenecía al lado contrario.
—¿Dónde voy yo con semejante línea roja estriñendo mis costuras?, con esos dientecitos blancos y repipis. Mis amigos dejarían de hablarme. Prefiero quedarme aquí, encerrado en este armario mientras el tiempo vulcaniza mi negro cuero cabelludo, antes que salir por ahí con semejante cordel —murmuraba entre dientes el zapato derecho.
—No eres consciente de lo que el tiempo hará contigo si no sales, debes tomar el aire, respirar profundo, reblandecer tu tacto y disfrutar del paseo —decía el cordón izquierdo.
—¡Jamás!, no eres suficientemente bueno para mí —Replicaba.
El zapato derecho, tan cabezón como dura e impenetrable era su piel, no era capaz de ver que tanto el cordón izquierdo como el derecho eran exactamente iguales. Que no importaba cuál de ellos ayudara a sujetar su pie, y que lo único importante era cuan fuerte y asegurado quedaba dentro.
Pasaban las horas, los días y las semanas. La misma discusión de siempre se eternizaba se convertía en un bucle perpetuo, mientras su piel se volvía dura como la roca por momentos. Entumecido, y con la moral seca, decidió acercarse al cordón izquierdo.
—Escucha, cordón izquierdo —susurró entre dientes el zapato mientras lo miraba de soslayo—. Si accedo a que me acompañes, mmm… ¿Prometes mantenerte en silencio para que mis amigos no se burlen de mí?
—¡Claro que sí! —gritó el cordón izquierdo, que tenía tanta o más ganas que el zapato derecho de salir de ahí.
—Sube pues, tenemos un trato.
El cordón que era muy alegre, obediente y enrollado, obedeció sin rechistar. Pronto el zapato derecho notó la aterciopelada caricia del cordón, mientras este zigzagueaba por los ojales hasta llegar a la parte superior y halagar su lengüeta. Cariñoso y tierno, formó un bonito y simétrico lazo rojo, cuya elegancia se veía acrecentada por esos perlados plásticos blancos de sus extremos.
El zapato, con el pecho hinchado como un palomo cortejando, comprendió entonces que cuerpo y mente, aunque en definición y forma son diferentes, han de actuar como un todo. Un conjunto equilibrado donde poder fluir con el entorno que le rodea. El modo en como crees que son las cosas dirige tu destino y no siempre es lo que parece. Tu mentalidad ha de ser laxa, permeable y esponjosa, abierta a nuevos estímulos. Aun así puedes transitar lejos de la «realidad correcta», mientras no cuestiones la tuya propia.
Aunque es probable que esto ya lo sepas y sea demasiado tarde para comprender otras realidades.
© Donerre Johnson/ R. Ibáñez
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