Mes: diciembre 2019

Amor de verano en realidad

Amor de verano en realidad

Charcos de sol que inundan

mi corazón.

Risas que chapotean y salpican

sangre azul.

***

Rebosa blanca, nieve espumosa,

calienta las orillas.

Contagiosa brisa que jugueteas,

acariciando mis orejas.

***

Si no existieras,

tendría que inventarte.

Luminoso y azul verano.

SUMMER LOVE actually ❤️

SafeCreative 1904050555345

Más poesía

La ley seca de los años 20

La ley seca de los años 20

El jarabe de Chicago

Primera parte

[…] Corrían las horas de aquel viejo reloj de pared tal día como hoy de 1928. Aquel recóndito bar, escondido de forma sutil tras las estanterías llenas de libros de la librería del viejo John, ¨Jonh books factory» abrió para disputarse los primeros puestos de las mejores librerías de Chicago, no obstante, la mafia italiana y el crimen organizado que tiempo atrás se había acomodado en las prosperas calles de la ciudad, se las apaño para adueñarse del ilegal fin al que se iban a dedicar sus sótanos. La ley seca de los años 20 era una excusa perfecta para fomentar este tipo de negocios.

Los libros de Jonh eran la excusa perfecta, una buena tapadera que no haría sospechar a nadie lo que se escondía bajo su inmaculado sistema de negocio, los negocios de venta de libros eran muy respetados y nadie iba a suponer que un erudito lector mojaría su garganta antes de embelesarse vigorosamente con las palabras de Louisa May Alcott o las aventuras de Huckleberry Finn, incluso algún atrevido tomaría entre sus manos On the Origin of Species del bueno de Charles.

Los clanes que hace tiempo llegaron a estas tierras, vivían muy bien a golpe de puño en la mesa o soltando el gatillo flojo de la Thompson M1928 de vez en cuando. Entre ellos imperaban acuerdos no escritos, acuerdos de honor y palabra en los que se repartían los barrios y los suburbios de la ciudad sin temor a ser amenazado o invadido por otro clan.

Días atrás conocí al joven Mike, empezó a trabajar en la fábrica de Ford como ayudante, su labor no era complicada, poco más que llevar tornillos de aquí para allá, eso sí, trabajábamos prácticamente de sol a sol. La jornada de ocho horas que reivindicaron los sindicatos y muchos trabajadores años atrás, los capataces se la pasaban por el forro de los calzoncillos, los sinsangre los llamábamos. A estos se les pinchaba y salía agua o whisky, lo primero era menos probable. Las cuentas les salían todos los meses a costa de mano de obra barata y fatigada.

Disponíamos de una corto período para comer lo que pudiéramos, normalmente un cacho de pan con queso y poco más. No obstante todos los que trabajábamos en aquella fábrica nos sentíamos privilegiados de formar parte del engranaje que haría grande este país y por contrapartida podíamos disfrutar de un sueldo mediocre y un duro trabajo seis días a la semana.

Pensé en llevarme esa noche al joven a ese bar, Mike recién cumplía los diecisiete y, aunque yo contaba los veintiuno, me pareció una buena ocasión para conocernos y hacer amistad tomando unas copas. Se pasan muchas horas en la fábrica pero muy pocas son de concordia. Entramos a la librería bien entrada la noche, con nocturnidad, había que andarse con cuidado, pues la ley seca se aplicaba con mano de hierro por un audaz jovencito conocido como Eliot Ness. El Sr. Ness estaba muy entretenido con la mafia y el crimen organizado, especialmente con quien tiempo atrás se había hecho dueño y señor del negocio de ese jarabe meloso que bañaba nuestras gargantas a escondidas, Al Capone.

[…]

SafeCreative 15/12/2019 1912152684252

Más relatos

El guardián verdugo

El guardián verdugo

El guardián verdugo

Primera parte

[…]

Paradójicamente nunca tuve tanta libertad de movimientos y tantas dificultades para ejecutarlos. Un corte certero abrió una gran herida en el abdomen, de inmediato asomaron las vísceras que tuvo que sujetar con las dos manos para que no cayeran al suelo. La sangre caía imparable, al igual que una cascada después del deshielo. Al

minuto el dolor era tan intenso que ya no podía ni tan siquiera notar la brisa fresca del otoño. Mientras mantenía la consciencia, pudo pensar que el guardián verdugo de la guadaña, fue el encargado de realizar ese corte. Pronto pasearían juntos por los tostados campos de trigo, días antes de la cosecha. Todo estaba decidido, “alea jacta est”, ya no queda tiempo para nada más. Un último pensamiento arrepentido, paseaba por su mente; ¿cuántas cosas por aprender?, ¿cuántas cosas por hacer?, ¿cuántas cosas por vivir? El tiempo es oro, quien no entienda eso es que lo está desperdiciando. El guardián verdugo llegará sin avisar, hayas o no concluido tu trabajo.

[…]

Continuará…

01/12/2019 SafeCreative 1912012594134

Más relatos

La desidia de Kitxu (Fábula)

La desidia de Kitxu (Fábula)

A día de hoy, veintisiete de noviembre del año 19, podría escribir sobre cosas que están de rabiosa actualidad. Todos tenemos una opinión más o menos forjada al respecto. Los políticos, Cataluña o como no, de la exhumación de Franco. Pero la verdad, estoy más que saturado ya con estos temas y quien me conoce sabe de sobra mi opinión.

Así que hoy escribiré sobre las suricatas, sí, has leído bien, las suricatas.

Suricata, es la forma más correcta de mencionar este tierno animalillo, aunque también podrás oír que le llamen suricato y también es un término aceptado. El término científico para este pequeño mamífero carnívoro es Suricata Suricatta, ya ves, por duplicado, cómo para remarcar que es lo que es.

Ya desde pequeño conocía este animal, de apariencia simpática y agradable, cualquier niño o niña sentiría atracción y ganas de achucharlo. Pero a mis taitantos años ya prácticamente lo había descatalogado de mi memoria y había ocupado un rincón muy pequeño de alguna neurona descarriada. Una de esas que probablemente bañé en grandes cantidades de vodka en mi alocada juventud, suerte de que los móviles en su momento solo servían para comunicarse y no ha quedado ninguna evidencia gráfica de aquellos momentos. Recuerda que será tu palabra contra la mía y negaré cualquier cosa que digas, al saberme seguro de no existir evidencia probatoria alguna.

El afortunado hecho de tener niños en casa, ha sido el detonante que ha despertado parte de esa neurona. La verdad es que Tique, diosa de la fortuna en la mitología griega, me ha sonreído con Nerea y Martin.

La pequeña de la casa es una fuente de inspiración y gracias a su insaciable curiosidad, me ofrece a diario la posibilidad de recordar cosas que ya pensaba olvidadas y de investigar sobre otras de las que poco o nada sabía. La suricata es una de esas curiosidades.

Esa insaciable curiosidad infantil, que no pretendo coartar sino potenciar y resolver, también me ha motivado para este escrito. Dicho sea de paso que todo esto y más ampliado lo podéis buscar en redes, tal y como he hecho yo para explicar a mi pequeña.

Ya se ha encargado ella misma de empezar la investigación al respecto visionando vídeos y más vídeos del Youtube, pero yo intentaré complementarlo con una pequeña fábula.

***

«La desidia de Kitxu»

***

Kitxu es una pequeña suricata de unos veintiséis centímetros, era algo más pequeña que las demás. A pesar de haber madurado ya, pensaba que aún alcanzaría a los miembros mas largos de su comunidad, algunos de ellos medían hasta treinta y cinco, y sin contar la cola.

Vivía en una gran comunidad de unos cuarenta compatriotas, casi todos eran hermanos y hermanas, pero muchos pertenecían a otra rama del mismo árbol genealógico, además compartían madrigueras. Podían salir por uno de los múltiples agujeros que disponían como entrada o salida, mirando al norte, al sur, al este o al oeste, tenían controlados todos los puntos cardinales del lugar.

Su mayor ídolo era Timón. Kitxu pensaba que Timón había salido de esas cuevas y consiguió fama y dinero en Hollywood, ni por asomo se imaginada que no era más que un dibujo animado.

En ese árido y desértico paraje en el que vivía, al sur de Namibia, no había más que algunos gusanos y escarabajos que comer, de vez en cuando algún incauto pajarillo o alguna lagartija despistada,formaría parte de su dieta. Kitxu, al igual que el resto de su comunidad, no le hacían ascos a un buen bocado.

Un día, Kitxu, pensó que aquello no era para él, eso de ir en manada todos junto de aquí para allá, asomarse cada dos por tres a vigilar la morada pudiéndolo hacer cualquiera de los otros treinta y nueve suricatas de la familia, estaba cansado de tantas labores. De alguna manera en su interior rondaba la idea de que nadie más colaboraba. Así que decidió plantarse y hacer el vago.

—Échame una mano y vigila aquella entrada —le decían.

Kitxu se hacía el sordo y daba la espalda. Pensaba que era demasiado trabajo para él.

—Por favor Kitxu, vigila aquella entrada.

—¡No!, estoy harto de hacer siempre lo mismo —decía enfurecido—, aquí que me planto.

Kitxu siempre daba un no por respuesta, daba la espalda a su comunidad y se cruzaba de brazos. Nadie más podía quedarse en esa zona, todos tenían una tarea asignada y todos debían hacerla para que los engranajes del motor funcionasen correctamente.

Un día de tantos que tiene el año, merodeaba por la zona una hermosa e imponente águila, era un águila marcial, la de mayor envergadura de toda África, destacando su pequeño penacho sobre su cabeza y una espectacular vista, con la que divisar una de estas suculentos suricatas a leguas de distancia.

Su sola presencia puso en alerta algunos de encargados del puesto de centinela, excepto uno. Kitxu, seguía descuidando su entrada y estaba dormitando en algún rincón de una de esas cientos de confortables estancias que componían su red de galerías subterráneas.

La sombra del águila es alargada y estremecía a cualquiera que pudiera formar parte de su dieta.

Mientras tanto, Kitxu, durmiendo una siesta olímpica, sin ser consciente de las consecuencias de no atender sus obligaciones.

La astuta y hambrienta águila, rápidamente detectó un fallo en la seguridad de la comunidad. Las pequeñas suricatas de la guardería jugaban en la zona de ámbito que debía vigilar Kitxu, inocentes e inconscientes de lo que se les venía encima.

El águila lanzó su mortal ataque hacia esa zona, los miembros más indefensos de la familia estaban a tiro. Todos los centinelas empezaron a gritar para avisar de que se estaba produciendo un ataque y se corría la voz rápidamente, pero un miembro de la cadena de centinelas estaba calentito en su agujero.

El águila se llevó dos de los pequeños, dos con los que Kitxu solía jugar y nunca más volverá a ver.

—¡Qué mala suerte la mía! ¡no quise ayudar con un poco de mi tiempo y ahora he perdido a dos de mi amiguitos! —Kitxu se lamentaba de su suerte y su desidia. La desidia de Kitxu.

Moraleja: Algunas de tus decisiones pueden perjudicar a los demás y tal vez eso no te importe, pero piensa que también pueden perjudicarte a ti mismo.

«No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino».

Confucio

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…Demasiado tarde.

…Demasiado tarde.

Primera parte

[…] La casualidad crea un instante en la eternidad para el reencuentro de dos excompañeros de Universidad que se perdieron la pista diez años atrás, aunque quizás ese reencuentro ya sea…

demasiado tarde.

Después del desafortunado suceso, he encontrado un remanso de paz en mi interior difícil de explicar, no había experimentado nada igual en mi vida. Entré en aquella sala con la seguridad de que no dejaba ningún cabo suelto tras de mí, había sido una buena chica y no tenía cuentas pendientes. La sala era toda blanca, todo lo que allí se hallaba era de color blanco, los sillones, la mesita, las puertas, las paredes e incluso los adornos y los cuadros que las decoraban tenían bellos motivos blancos, todo blanco y claro. Incluso había una Cycas revoluta en una esquina, blanca, por supuesto. En uno de esos sillones estaba él, sentado, esperando pacientemente, lo reconocí en seguida, fuimos juntos a la Oxford, Inglaterra; salvo que yo me quedé colgada con un par de asignaturas el último curso. Él, en cambio, acabó en tiempo y hora y simplemente desapareció. Jamás me atreví a decirle lo que sentía por él, me moría por sus huesos, pero mi educación, un tanto conservadora en exceso, me frenó en seco.

No iba a desaprovechar esta oportunidad, como decía mi padre, «el no ya lo tienes».

—¿Johan? —pregunté poniendo cara de sorprendida.

—Sí, mmm…. ¿Le conozco?

—¿No te acuerdas de mi? —pregunté extrañada, en mi interior estaba convencida que por aquel entonces se había fijado en mí—, soy Linda —noté cierta cara de asombro, pero finalmente me reconoció.

—¡Linda!, por el amor de Dios, ¡claro que sí!, Oxford, 1984 —dio en el clavo—, me ha costado un poco, pero en cuanto dijiste tu nombre, ¡zas!, me ha venido todo a la mente como un relámpago —dijo, con seguridad—, ¡mírate!, si estás igual.

—Gracias, bueno, el tiempo pasa para todos, ya sabes —contesté—, y tú, ¿qué tal?, desapareciste sin más.

—No fue premeditado, me licencié y una multinacional de seguros estadounidense me tentó y acepté —se excusó—, era una oferta irrechazable, pero luego fue…, bueno, nada, déjalo, y tú, ¿qué pasó con tú vida?, ¿qué rumbo tomaste?—cortó de raíz su explicación, lo cual, como mujer que soy, aumentó mi curiosidad.

—En el terreno laboral, estupendamente, me licencié al año siguiente y me quedé por aquí, trabajé para una ONG estupenda, me enamoré de mi trabajo y de la gente con la que trataba, hice todo el bien que mi trabajo me empujaba a hacer y lo di todo por estos chicos —dije mientras mis ojos se humedecían por momentos.

—Vaya, te ganaste el cielo entonces, yo en cambio —nuevamente se mostró opaco, pero parecía que quería soltarlo.

—Dime, ¿qué te pasó en esa empresa?, me dejas intrigada —comenté intentando picarle un poco— llegados a este punto, no puedes dejarme así.

—La verdad es que me arrepiento enormemente de no haber intentado nada contigo, me gustabas mucho ¿sabes?, pero por aquel entonces antepuse mi carrera a cualquier otro aspecto, quería triunfar a toda costa, y eso hice —estaba siendo muy elocuente e incluso el brillo de sus ojos hacía que estos cambiaran de color, parecían inyectados en sangre, empezaba a asustarme un poco.

[…]

SafeCreative 1910202276631

©R. Ibáñez

Redes: @rafaibaez7

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