A día de hoy, veintisiete de noviembre del año 19, podría escribir sobre cosas que están de rabiosa actualidad. Todos tenemos una opinión más o menos forjada al respecto. Los políticos, Cataluña o como no, de la exhumación de Franco. Pero la verdad, estoy más que saturado ya con estos temas y quien me conoce sabe de sobra mi opinión.
Así que hoy escribiré sobre las suricatas, sí, has leído bien, las suricatas.
Suricata, es la forma más correcta de mencionar este tierno animalillo, aunque también podrás oír que le llamen suricato y también es un término aceptado. El término científico para este pequeño mamífero carnívoro es Suricata Suricatta, ya ves, por duplicado, cómo para remarcar que es lo que es.
Ya desde pequeño conocía este animal, de apariencia simpática y agradable, cualquier niño o niña sentiría atracción y ganas de achucharlo. Pero a mis taitantos años ya prácticamente lo había descatalogado de mi memoria y había ocupado un rincón muy pequeño de alguna neurona descarriada. Una de esas que probablemente bañé en grandes cantidades de vodka en mi alocada juventud, suerte de que los móviles en su momento solo servían para comunicarse y no ha quedado ninguna evidencia gráfica de aquellos momentos. Recuerda que será tu palabra contra la mía y negaré cualquier cosa que digas, al saberme seguro de no existir evidencia probatoria alguna.
El afortunado hecho de tener niños en casa, ha sido el detonante que ha despertado parte de esa neurona. La verdad es que Tique, diosa de la fortuna en la mitología griega, me ha sonreído con Nerea y Martin.
La pequeña de la casa es una fuente de inspiración y gracias a su insaciable curiosidad, me ofrece a diario la posibilidad de recordar cosas que ya pensaba olvidadas y de investigar sobre otras de las que poco o nada sabía. La suricata es una de esas curiosidades.
Esa insaciable curiosidad infantil, que no pretendo coartar sino potenciar y resolver, también me ha motivado para este escrito. Dicho sea de paso que todo esto y más ampliado lo podéis buscar en redes, tal y como he hecho yo para explicar a mi pequeña.
Ya se ha encargado ella misma de empezar la investigación al respecto visionando vídeos y más vídeos del Youtube, pero yo intentaré complementarlo con una pequeña fábula.
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«La desidia de Kitxu»
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Kitxu es una pequeña suricata de unos veintiséis centímetros, era algo más pequeña que las demás. A pesar de haber madurado ya, pensaba que aún alcanzaría a los miembros mas largos de su comunidad, algunos de ellos medían hasta treinta y cinco, y sin contar la cola.
Vivía en una gran comunidad de unos cuarenta compatriotas, casi todos eran hermanos y hermanas, pero muchos pertenecían a otra rama del mismo árbol genealógico, además compartían madrigueras. Podían salir por uno de los múltiples agujeros que disponían como entrada o salida, mirando al norte, al sur, al este o al oeste, tenían controlados todos los puntos cardinales del lugar.
Su mayor ídolo era Timón. Kitxu pensaba que Timón había salido de esas cuevas y consiguió fama y dinero en Hollywood, ni por asomo se imaginada que no era más que un dibujo animado.
En ese árido y desértico paraje en el que vivía, al sur de Namibia, no había más que algunos gusanos y escarabajos que comer, de vez en cuando algún incauto pajarillo o alguna lagartija despistada,formaría parte de su dieta. Kitxu, al igual que el resto de su comunidad, no le hacían ascos a un buen bocado.
Un día, Kitxu, pensó que aquello no era para él, eso de ir en manada todos junto de aquí para allá, asomarse cada dos por tres a vigilar la morada pudiéndolo hacer cualquiera de los otros treinta y nueve suricatas de la familia, estaba cansado de tantas labores. De alguna manera en su interior rondaba la idea de que nadie más colaboraba. Así que decidió plantarse y hacer el vago.
—Échame una mano y vigila aquella entrada —le decían.
Kitxu se hacía el sordo y daba la espalda. Pensaba que era demasiado trabajo para él.
—Por favor Kitxu, vigila aquella entrada.
—¡No!, estoy harto de hacer siempre lo mismo —decía enfurecido—, aquí que me planto.
Kitxu siempre daba un no por respuesta, daba la espalda a su comunidad y se cruzaba de brazos. Nadie más podía quedarse en esa zona, todos tenían una tarea asignada y todos debían hacerla para que los engranajes del motor funcionasen correctamente.
Un día de tantos que tiene el año, merodeaba por la zona una hermosa e imponente águila, era un águila marcial, la de mayor envergadura de toda África, destacando su pequeño penacho sobre su cabeza y una espectacular vista, con la que divisar una de estas suculentos suricatas a leguas de distancia.
Su sola presencia puso en alerta algunos de encargados del puesto de centinela, excepto uno. Kitxu, seguía descuidando su entrada y estaba dormitando en algún rincón de una de esas cientos de confortables estancias que componían su red de galerías subterráneas.
La sombra del águila es alargada y estremecía a cualquiera que pudiera formar parte de su dieta.
Mientras tanto, Kitxu, durmiendo una siesta olímpica, sin ser consciente de las consecuencias de no atender sus obligaciones.
La astuta y hambrienta águila, rápidamente detectó un fallo en la seguridad de la comunidad. Las pequeñas suricatas de la guardería jugaban en la zona de ámbito que debía vigilar Kitxu, inocentes e inconscientes de lo que se les venía encima.
El águila lanzó su mortal ataque hacia esa zona, los miembros más indefensos de la familia estaban a tiro. Todos los centinelas empezaron a gritar para avisar de que se estaba produciendo un ataque y se corría la voz rápidamente, pero un miembro de la cadena de centinelas estaba calentito en su agujero.
El águila se llevó dos de los pequeños, dos con los que Kitxu solía jugar y nunca más volverá a ver.
—¡Qué mala suerte la mía! ¡no quise ayudar con un poco de mi tiempo y ahora he perdido a dos de mi amiguitos! —Kitxu se lamentaba de su suerte y su desidia. La desidia de Kitxu.
Moraleja: Algunas de tus decisiones pueden perjudicar a los demás y tal vez eso no te importe, pero piensa que también pueden perjudicarte a ti mismo.
«No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino».
Confucio
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