
Como un triciclo atado a la puerta del parque
Como un triciclo atado a la puerta del parque.
Primera parte
[…] Y entonces recordé aquella canción del Último de la fila, aquella en la que parece que alguien se despide de otro alguien que parece no estar preparado para esa despedida. Salvo algunas diferencias, no es un burro y no es un baile pero, tal vez y solo tal vez, si sea la historia de un desamor o quizás de un desafortunado descuido.
Lo dejaremos aquí atado con este candado, nadie se lo llevará. Parece susurrar un voz de ultratumba que ha impregnado los barrotes antirrobo para bicicletas, testigos indirectos y mudos, de historias varias que ocurren a su alrededor día y noche. Por el día, niños y niñas con sus progenitores, disfrutando de su efímera infancia con sus todavía más efímeros artilugios de juguete. Esos juguetes con los que aprenden a imitar los roles de los adultos, adultos que ya no recuerdan y lo que es peor, no quieren recordar su infancia, demasiado preocupados en ser mayores. Han cambiado los valores que aprendieron de pequeños por dinero y cosas con cierta utilidad, muy caras, pero sin valor alguno. Esos nuevos valores son los que enseñaran a sus hijos, les dirán que el esfuerzo es lo más, que te lo cambian por dinero y con ese dinero podrán tener lo que deseen, cosas como ese móvil con el que mamá y papá cuelgan memes y tontunas varias en las redes sociales, ese móvil que ahora prestan a sus hijos para que se callen un poquito, mientras ellos se toman un insípido café pensando de cuál o qué manera van a hacer para pagar la próxima factura de ese mismo móvil con el que está jugando su retoño y pronto caerá al suelo para acabar partiéndose la pantalla, lo que empeorará su crisis de valores. Valor, valores, valor y valores, que paradójico, ¿no?, dos palabras iguales pero que hoy en día representan cosas tan divergentes.
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SafeCreative 26/01/2020 2001262940972