
La ley seca de los años 20
El jarabe de Chicago
Primera parte
[…] Corrían las horas de aquel viejo reloj de pared tal día como hoy de 1928. Aquel recóndito bar, escondido de forma sutil tras las estanterías llenas de libros de la librería del viejo John, ¨Jonh books factory» abrió para disputarse los primeros puestos de las mejores librerías de Chicago, no obstante, la mafia italiana y el crimen organizado que tiempo atrás se había acomodado en las prosperas calles de la ciudad, se las apaño para adueñarse del ilegal fin al que se iban a dedicar sus sótanos. La ley seca de los años 20 era una excusa perfecta para fomentar este tipo de negocios.
Los libros de Jonh eran la excusa perfecta, una buena tapadera que no haría sospechar a nadie lo que se escondía bajo su inmaculado sistema de negocio, los negocios de venta de libros eran muy respetados y nadie iba a suponer que un erudito lector mojaría su garganta antes de embelesarse vigorosamente con las palabras de Louisa May Alcott o las aventuras de Huckleberry Finn, incluso algún atrevido tomaría entre sus manos On the Origin of Species del bueno de Charles.
Los clanes que hace tiempo llegaron a estas tierras, vivían muy bien a golpe de puño en la mesa o soltando el gatillo flojo de la Thompson M1928 de vez en cuando. Entre ellos imperaban acuerdos no escritos, acuerdos de honor y palabra en los que se repartían los barrios y los suburbios de la ciudad sin temor a ser amenazado o invadido por otro clan.
Días atrás conocí al joven Mike, empezó a trabajar en la fábrica de Ford como ayudante, su labor no era complicada, poco más que llevar tornillos de aquí para allá, eso sí, trabajábamos prácticamente de sol a sol. La jornada de ocho horas que reivindicaron los sindicatos y muchos trabajadores años atrás, los capataces se la pasaban por el forro de los calzoncillos, los sinsangre los llamábamos. A estos se les pinchaba y salía agua o whisky, lo primero era menos probable. Las cuentas les salían todos los meses a costa de mano de obra barata y fatigada.
Disponíamos de una corto período para comer lo que pudiéramos, normalmente un cacho de pan con queso y poco más. No obstante todos los que trabajábamos en aquella fábrica nos sentíamos privilegiados de formar parte del engranaje que haría grande este país y por contrapartida podíamos disfrutar de un sueldo mediocre y un duro trabajo seis días a la semana.
Pensé en llevarme esa noche al joven a ese bar, Mike recién cumplía los diecisiete y, aunque yo contaba los veintiuno, me pareció una buena ocasión para conocernos y hacer amistad tomando unas copas. Se pasan muchas horas en la fábrica pero muy pocas son de concordia. Entramos a la librería bien entrada la noche, con nocturnidad, había que andarse con cuidado, pues la ley seca se aplicaba con mano de hierro por un audaz jovencito conocido como Eliot Ness. El Sr. Ness estaba muy entretenido con la mafia y el crimen organizado, especialmente con quien tiempo atrás se había hecho dueño y señor del negocio de ese jarabe meloso que bañaba nuestras gargantas a escondidas, Al Capone.
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SafeCreative 15/12/2019 1912152684252